jueves, 31 de octubre de 2013

Imparable Jalogüin, ¡toma castaña!.


La globalización es lo que tiene, lo mismo estás comiéndote un "kebab" en la plaza de tu pueblo que adornas con los más increibles epítetos un poco de arroz envuelto en un trozo de alga. Cualquier parte del mundo se encuentra a la vuelta de la esquina y nada, por raro que parezca, resulta raro.

Lo curioso de todo esto es que de vez en cuando y no sé por qué extraña razón, a los españoles nos da un ataque de patriotismo terruñero y nos aferramos con uñas y dientes a lo que consideramos es lo nuestro. Así, después del ipad, el ipod, los "macs" y las harleys. Después del risotto, las "fondis", los muffins y cocinar con wok. Después de escuchar el rock, pelearnos con Mario y Luiggi, leer a Murakami y tras horas de yoga y footing, ahora, digo, nos queremos cargar jalogüin.

Y reivindicamos nuestro muy español 1 de noviembre, fiesta de Todos los Santos, día de luto, flores y visita a los cementerios. Los buñuelos, los huesos de santo, las lágrimas, y las peleas por encontrar aparcamiento. 


Pero si es que es lo nuestro, ¡oigausted!, nada de cambiarlo o compartirlo con una fiesta yanki en la que los niños se disfrazan y van por las casas pidiendo caramelos (menuda salvajada), como mucho podemos aprovechar para que en los bares hagan fiestas y tengamos una excusa para mamarnos más y mejor, pero bastante tuvimos con el gordo ese de rojo cocacola que nos endilgaron en Navidad como para ahora tragar con esto.

Pero (siempre hay un pero en casi todo) ahora, como eso de los santos suena demasiado cristiano y ya se sabe que lo cristiano, a pesar de ser de lo nuestro de toda la vida, no mola nada, veo con asombro como las castañas han tomado el papel de inquisitivas defensoras de la pureza hispana. Contra el truco o trato, castañazo al canto y Todos los Santos se dice "tosantos" y el origen es celta, que más de cinco siglos de historia no son nada cuando se trata de encontrar la pureza de lo auténtico....


Qué locura. Con lo fácil que sería celebrarlo todo sin renegar de nada, disfrutar de lo mio, de lo tuyo y de lo de aquel. Qué manía con destruir para defender lo propio. Yo estaría encantado de que llamasen a mi puerta unos niños disfrazados pidiendo caramelos mientras me tomo unos buñuelos, que los riege con güisqui escoces o con aguardiente del pueblo dependerá de mi ánimo dejando las purezas raciales y costumbristas para quién guste de ellas.

La globalización y el "jaligüin" no han de implicar una cultura única ni la desaparición de lo local, son la posibilidad de ampliar el conocimiento sobre lo mucho que nos roda y que ese saber nos lleve a respetar y valorar lo que no es igual a nosotros. Que sí, de verdad, que tiene sus cosas buenas, sólo hay que saber verlas ¿no creen?.


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